La Máquina (de destruir ídolos)
River
tambalea en cada crisis. Su historia se agrieta en cada discusión interna, en
cada derrota, y cuando eso sucede se activa el motor de una máquina nefasta
cuyo objetivo final es la “autodestrucción”. Pareciera que en los momentos más
ríspidos se hace necesario ponerle nombre y apellido a un culpable y batallar
contra su figura hasta dejarla pisoteada y agonizante. Y la casualidad o
causalidad coinciden en afirmar que siempre los heridos terminan siendo
nuestros propios ídolos. Aquellos jugadores que nacieron en las entrañas del
club más importante de la Argentina y que comandaron más de mil batallas por
defender nuestra bandera. Los que se convirtieron en próceres no sólo a fuerza
de goles y títulos sino también por su amor a los colores que supieron vestir.
Es cierto, que la dinámica del fútbol exige resultados, también puede afirmarse
que River necesita sumar para escaparla a los fantasmas que arrecian el
Monumental. Pero nadie debe hacerse el distraído en coincidir que la
impaciencia y la desesperación no
conducen a nada. River siempre estará por sobre cualquier nombre, pero también
son y fueron esas individualidades las que agrupadas construyeron un club
grande. Quizás el peor de los escenarios se presenta al advertir que esa
máquina devoradora no está comandada por nadie en especial. O mejor dicho un
buen comienzo para la recuperación podrá consistir en plantear que todos
(dirigentes-hinchas-jugadores) forman parte de un proceso tan vertiginoso que
no respeta ni a nuestros propios estandartes.
La
lista se engrosa con diferentes casos: grandes glorias del club bastardeadas
tras una crisis institucional. Expuestas a los medios de una manera salvaje.
Nadie puede comparar a Angel Labruna o al Beto Alonso con Matías Almeyda, ni a
Ariel Ortega con el Pato Fillol, mucho menos al Negro Astrada con Fernando
Cavenaghi. Pero de una u otra manera todos fueron vapuleados salvajemente.
Abrumados por el descontrol ya característico de un club. Algunos fueron
manchados los dirigentes inescrupulosos que se animan a mirar la historia de
River por arriba de su hombro. Otros por sus propios compañeros que decidieron
exponerlo ante la mirada de miles de espectadores, como hizo Juan Pablo Carrizo
con el mejor arquero de la historia de nuestro país.
A
nuestro último ídolo le supieron dar la espalda hasta para organizar su propia
despedida. Al goleador de nuestro peor momento lo echaron como una rata y al
Capitán Beto no lo dejaron entrar a “su” club por tener una mirada crítica de
la actual conducción. También sufrió el Pelado Almeyda. Aunque sus pergaminos
no puedan compararse con los de otras glorias, nadie puede poner en tela de
juicio lo que siente Matías Jesús por este club. O alguien puede dudar de que
el Negro Astrada no merecía ser despedido por teléfono en una actitud poco
menos cobarde.
Todas
la historia fueron distintas, con diferentes protagonistas, con actores
disimiles, con erros y excesos incluidos. Pero cada uno de estas acciones
tuvieron un denominador común. En todas actuó la Máquina de triturar ídolos, esa
estructura empujada por todos los que formar parte de este club. La misma que
deberé desenchufada antes que destruya absolutamente todo.
1 comentario:
estoy con vos facundo ,conta comigo ,soslo soy hincha de river ,no soy socio ni tengo un mango ,pero si la voluntad de apoyarte en hacer un river mejor.
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